En el plano psicológico, la angustia y la inseguridad serán signos de estos nuevos tiempos. La humanidad ha comprobado cuán frágil es ante los azares del destino. Quizás esa precariedad vital nos haga reencontrarnos con una espiritualidad que derive en saltos de conciencia, donde se privilegie el valor de la vida. Esperemos que los temores no nos aíslen o nos fragmenten en un mar de egoísmos y prejuicios.
Pero ha querido la historia emplazarnos con el desfile de actitudes positivas que hemos presenciado a lo largo de la pandemia. Acciones de gran heroísmo y sacrificio, las mismas que han hecho posible la permanencia de la civilización y la sobrevivencia del género humano.
La intrahistoria (definida por Miguel de Unamuno como la vida diaria de los seres comunes, distantes de los grandes titulares) ha sido el escenario de grandes proezas y hazañas para preservar la vida del otro, a riesgo de la propia, gestos de gran bondad y nobleza. No todo ha sido en negativo, estas acciones merecen una atención especial en el plano de la cultura y la educación.
¿Pudiéramos hablar de una rehumanización en medio de esta crisis epidemiológica? Bien parece que sí. El ser humano no se ha envilecido ante lo improbable. Ha decidido recorrer la adversidad, como nos sugiere el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade, “de manos dadas”. Esta solidaridad, esta esperanza en el otro y en todos, son los valores, entre tantos otros, que pueden incorporarse en los procesos de enseñanza formal.
La educación en valores por tanto adquiere una importancia crucial para la sociedad en general, estamos recalcando con ella la cohesión social sustentada en el respeto a los demás, en la solidaridad, la pluralidad y la inclusión.
La integración cultural de un país exige de sus ciudadanos un civismo compartido y criterios comunes en el ámbito moral que solo pueden ser inculcados educando en valores. Una enseñanza limitada a los aprendizajes de las materias no redunda en ciudadanos responsables que puedan asumir los grandes retos de la sociedad.
Las sociedades modernas están marcadas por su complejidad social, expresada muchas veces en la multiplicidad de intereses. De modo que afianzar y potenciar una cultura pasa por unificar y dotar de sentido común a todo el cuerpo social en una forma de ser en la que todos nos sintamos reflejados.
Lo vivido en esta crisis nos hace pensar en un mundo más justo, inclusivo e intercultural. Así que educar en valores se hace un imperativo. Son muchos los temas que pueden abordarse desde el ámbito educativo, a saber: los valores igualitarios; el rechazo a las actitudes discriminatorias; la promoción de la salud; la sexualidad responsable; el respeto al medio ambiente; decisiones y hábitos sanos de consumo; la adquisición de pautas de conductas cívicas; el valor hacia el medio ambiente; la valoración positiva de la democracia; el valor y la responsabilidad que implica el manejo de los asuntos público, y un largo etcétera de tantos temas que pueden ser abordados en esta materia.
La rehumanización por medio de una educación en valores debe ser una política educativa de primer orden, habida cuenta de su importancia no solo ante un infortunio como el que atravesamos en los actuales momentos, sino por la propia salud pública de un país. La probidad, la integridad y la fraternidad de los ciudadanos deben inculcarse en los sistemas formales de enseñanza. Estas cualidades positivas en una población aseguran la convivencia, la paz y, sobre todo, la sobrevivencia de una sociedad como presenciamos durante los momentos aciagos de la pandemia.
Autor:
Ph.D Ninfa Moreno